Punto de encuentro: Johanna von Müller-Klingspor
- Sabemos que en Madrid tenemos una de las mejores pinacotecas del mundo, el Museo del Prado. Es una maravilla visitarlo para llenar la vista y el alma. Lo que no es tan sencillo es despertar ese interés en los niños, sobre todo hoy en día. Para ello desarrollé un juego que hago con mi hija desde que es pequeña y funciona de cine; de hecho ella es quien me pide volver al museo.
- Consiste en pasar por la tienda del museo antes de comenzar la visita y comprar unas 10 postales con los cuadros más emblemáticos. Luego comienza la cacería de cuadros. Vamos por el museo buscando los cuadros de las postales. Cada vez que encuentra uno, acumula puntos y si los consigue todos, ¡hay premio de helado después! Compramos una caja bonita y en ella va guardando todas sus obras de arte, así las ve a veces y recuerda lo aprendido (en las fotos, mi hija Arianna y mi sobrina Isabella, en plena cacería).
- ¿Por qué me gusta? Es una buena manera de sembrar la semilla del arte en los niños de forma divertida y sirve para cualquier museo.
Madrid, Madrid, Madrid
Hace poco recibí la visita de mi hermano Conrad y de amigos que viven fuera. Venían soñando con la gastronomía madrileña, así que me dispuse a llevarlos a lugares especiales. Comenzamos con Barrutia y el 9, sitio pequeño con el encanto añadido de que su dueño, Luis, se sienta en la mesa y te dice lo que vas a comer. Hay que dejarse llevar, merece la pena. Aprovechamos la visita para bautizar a dos de mis sobrinas que viven en Estados Unidos. Celebramos en el Café Murillo, que es como estar en casa. Además, no podemos vivir sin sus berenjenas fritas. Y como no hay nada más madrileño que un bocata de calamares, nos acercamos luego hasta Atocha -bien vestidos del bautizo- para poner el broche de oro a la visita con este castizo manjar.
Estiria, el secreto mejor guardado de Austria
¿Recordáis los paisajes de montañas verdes, picos nevados y lagos cristalinos de la película Sonrisas y lágrimas? Pues así es Estiria, cerca de Salzburgo; allí, entre los pueblos de Altaussee y Bad Aussee, veranea mi familia paterna desde hace cuatro generaciones. En estos lares es también donde veraneaba el joven káiser Francisco José cuando conoció a Sissi.
Soy mitad austríaca y mitad venezolana; mezcla bastante antagónica, porque el trópico y los Alpes poco tienen que ver. Sin embargo, aprecio enormemente esos contrastes. En Austria el tiempo se detiene, se vive a otro ritmo y se veneran las costumbres; se respira, como lo titula el afamado libro de Stefan Zweig, El mundo de ayer. Es naturaleza en estado puro. Para ocasiones especiales, se lleva el traje típico: dirndl para las mujeres y lederhosen para los hombres.
Anualmente se celebra una carrera de coches y motos de época en una de las montañas, en la cual participamos todos ataviados con nuestros trajes. La comida es deliciosamente calórica; lo bueno es que la mayoría de los planes giran en torno a hacer rutas andando por medio del bosque para llegar a estos templos culinarios en medio de la naturaleza. Subir unos mil metros la montaña Loser para llegar a una cabaña y comerte un kaiserschmarren no tiene precio.
Mis restaurantes favoritos son Seewiese en Altaussee, hasta donde se llega en la típica barca de madera cruzando el lago o andando unos 4 km; Kohlröslhütte, en Ödensee, que es un lago más pequeño, y Fisherhütte en el Toplizsee, un lago oculto en medio de empinadas montañas que, según dice la leyenda, fue utilizado para esconder tesoros en sus profundidades durante la Segunda Guerra Mundial. Seguiría contando muchas más anécdotas de la zona, pero lo dejo para el verano que viene…
FOTOGRAFÍA Y TEXTO: JOHANNA VON MÜLLER-KLINGSPOR
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